La historia de amor que pudo cambiar el destino del papa Francisco

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Buenos Aires, 23 de abril (Tinta Roja).- Jorge Mario Bergoglio, falleció a los 88 años en su residencia de Santa Marta. La noticia conmovió al mundo entero. Fue el fin de una vida dedicada por completo al servicio de la Iglesia católica y de los más necesitados. Pero detrás de la sotana blanca y la figura del pontífice, hubo un joven que una vez conoció el amor terrenal. Una historia que, aunque breve, dejó una huella imborrable en el corazón de quien años después sería el líder espiritual de millones de personas. Esa historia tiene nombre y apellido: Amalia Damonte.

Corrían los años 40 en el barrio de Flores, en Buenos Aires. Entre calles tranquilas y parques sencillos, dos niños compartían juegos, risas y una profunda conexión. Jorge y Amalia eran vecinos y amigos. Con apenas doce años, comenzaron a descubrir el mundo de la mano, forjando un vínculo que no solo estaba marcado por la cercanía geográfica, sino por una sensibilidad compartida hacia la humildad, la justicia y los más desfavorecidos. “Éramos muy humildes, amábamos a los pobres… En eso éramos almas gemelas”, recordaría años después Amalia con una sonrisa nostálgica.

Entre juegos y tangos—un baile que apasionaba a Bergoglio— floreció un amor inocente, pero profundamente sincero. A esa edad en la que muchos apenas empiezan a soñar, Jorge ya lo tenía claro: quería pasar el resto de su vida con ella. Fue entonces cuando tomó una decisión que marcaría el rumbo de ambos. Le escribió una carta de amor, con palabras tiernas y un dibujo de una casita blanca con techo rojo. En esa nota, además de declararle su amor, le propuso matrimonio. Y dejó escrita una frase que hoy resuena con fuerza: «Si no me caso con vos, me hago cura».

Pero la respuesta no fue la esperada. No por falta de amor, sino por los límites de la época y la rigidez de los padres de Amalia. “Mi madre descubrió la carta y me dio una paliza. Me prohibieron volver a verlo”, contaría años más tarde. El joven Bergoglio, fiel a su palabra, aceptó ese “no” con resignación y dolor. Poco después, ingresó al seminario.

Agencias

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